domingo, 14 de diciembre de 2008

NUESTRA MEJOR VICTORIA (Cuento)

La idea había sido del gringo Fay ¡Siempre andaba con ideas raras dándole vueltas en su rubia cabeza teutónica! Cansado de presentarse a jugar y no poder hacerlo por falta de jugadores del club, Colo-Colo filial Arica, decidió que nosotros, sus mejores amigos, debíamos inscribirnos para así por lo menos armar la pichanga y no devolverse con las ganas. Ya bastante le costaba convencer a su padre para que lo trasladara. Nosotros éramos, Lalo, Sergio y su primo Lucho, Fifi y yo, que ya estaba inscrito. Vivíamos en la Población San Martín, al lado del Estadio Carlos Dittborn y todos éramos alumnos del Colegio San Marcos, salvo el Lucho, que estudiaba en el Liceo.
Al principio dudamos, nos conformábamos con las pichangas en la terrosa cancha desnivelada de la población, sin árbitros y sin reloj. Yo apoyaba al Gringo
- ¡Oigan, vamos a jugar en cancha de pasto! Además estamos al ladito. Saltamos el muro y ya está. No cuesta nada, cabros – argumentaba.
Después de largos tiras y aflojas, terminaron por aceptar. Inmediatamente comenzamos a trazar planes tácticos y designación de puestos. El Gringo, como siempre, sería delantero; era el mejor de nosotros, junto a Sergio y Fifí, el Lalo y yo en la defensa. El Lucho unánimemente fue designado arquero. Uno más que llegara y el Gringo tendría su partido. Había otros jugadores que siempre venían, entre ellos un hermano de Claudio Antezana que había defendido a Colo-Colo a mediados de los ‘60.
Al otro día nos presentamos donde el “entrenador” que trabajaba en la Casa Cova de 21 de Mayo. Sorprendido nos vio llegar en patota y al enterarse de nuestro propósito aceptó encantado. Para él también era frustrante llegar a la cancha y no poder dirigir a sus pupilos. Se encargó de los trámites en la asociación y en pocos días todo estuvo listo.
Así disputamos nuestro primer match juntos. ¿El resultado? Ya lo olvidé; ninguno de nosotros se acuerda, ya que durante un buen tiempo jugábamos sólo por diversión.
Sin embargo, el bichito por vencer nos comenzó a picar. Como los torneos eran por grupos, disputábamos pocos partidos y si no los ganábamos quedábamos eliminados hasta el próximo año. No tenía ninguna gracia. Paulatinamente empezamos a motivarnos y a ilusionarnos con una gran victoria, por lo menos UNA y después… dedicarnos a otras actividades. Estábamos alcanzando la adultez.
Como de costumbre, una asoleada tarde de sábado nos presentamos en la cancha Dos del Estadio. Por una vez éramos once. Nuestro entrenador nos aleccionó, distribuyó los puestos y nos entregó las gastadas camisetas. Con Sergio nos fuimos a desvestir detrás de unos tubos que estaban apilados cerca de la cancha. Como usábamos bluyines, prenda de vestir muy apreciada y cara en esos años, los escondimos para protegerlos de los amigos de lo ajeno. Tranquilos y confiados con nuestra precaución, ingresamos animosos a la cancha.
-¡Ya gringo, tienes que hacerte un par de goles! ¡Lalo, firme atrás! ¡Sergio, tú atento por arriba! ¡Lucho, tírate a todas! ¡José, tú al medio!– Nos animábamos unos a otros. Un triunfo nos dejaba a un paso de la clasificación para la etapa siguiente.
El pitazo del árbitro dio comienzo al cotejo. Los rivales no parecían mejores que nosotros, así que, poco a poco los fuimos arrinconando en su propio terreno. Todos estábamos decididamente volcados al ataque, aunque sin orden. Nuestros delanteros no lograban hacer llegar el balón al fondo de las redes del pórtico contrario. Ellos se defendían con dientes y uñas. Los toperoles de sus zagueros ya habían dejado rojizas huellas en nuestras canillas solamente protegidas con delgadas medias de lana. Esto nos tenía algo saltones así que tratábamos de jugar rápido para evitar los golpes.
En uno de nuestros tantos avances, recibí un pase del Lalo cerca del círculo central. Tomé el balón y avancé directamente hacia el área adversaria mientras buscaba a quién pasárselo. Repentinamente observé que un defensa contrario se me acercaba corriendo. Me fijé en su cara y en sus ojos y creí adivinar en ellos perversas intenciones. Intuí que no iría muy lejos. Tenía que deshacerme pronto del balón, pero no encontraba a ningún compañero bien situado, así que decidí apuntar al arco. Dí unos pasos para aproximarme un poco más al área y, con todas mi fuerzas, saqué un derechazo que clavó la pelota en el ángulo superior izquierdo del pórtico rival deslizándose suavemente por la malla hasta llegar al rincón. ¡¡¡¡¡¡Goooooo!!!!!! ¡Gol! No podía creerlo. ¡Había anotado un gol! Mis amigos y compañeros de equipo, tan sorprendidos como yo, me felicitaron calurosamente. Era mi primer gol oficial y, a la postre, el único.
Enfervorizados con la ventaja, ya creíamos en el triunfo final, pero aún teníamos que aguantar lo que restaba del primer tiempo y todo el segundo. ¿Seríamos capaces de resistir?
Al término del primer lapso, nos fuimos a descansar bajo los árboles. Intercambiamos algunas frases motivadoras y nos dispusimos a afrontar la parte final.
El segundo tiempo fue más reñido aún. Nuestro DT, entusiasmado con el gol, me situó de centrodelantero, pero esta vez los contrarios se nos fueron encima y nosotros tuvimos que defendernos como leones. De vez en cuando enhebrábamos un contraataque. Durante uno de ellos un fuerte tiro de Fifí se estrelló en un vertical, el rebote dio de lleno en la cara del arquero que quedó algo atontado y cuando el balón estaba a punto de cruzar la línea, fue despejado por un defensa. Tanto correr ya nos tenía agotados y a cada rato preguntábamos cuanto quedaba para el término.
A pocos segundos del final el árbitro cobró un lanzamiento libre en contra de nosotros muy cerca de la zona de castigo. El tiro era peligroso. Era la última oportunidad que tenían para empatarnos. Formamos la barrera mientras la tensión y la ansiedad nos ganaba ¡Cómo íbamos a perder en el último minuto! ¡Teníamos que aguantar! Alentamos al Lucho, nuestro arquero y aquí ocurrió un suceso que todos recordamos de la misma manera. El jugador contrario chuteó la pelota, y ésta, por efecto del viento, mera impresión óptica o simplemente la angustia del momento, efectuó una lenta trayectoria hacia el arco. Todo volvimos la vista hacia el Lucho, pero éste observaba sin reaccionar. El tiempo parecía detenido y los instantes transcurrieron muy lentamente, y nuestro guardameta seguía sin moverse ... un extraño silencio reinaba...¡Nos iban a empatar! Finalmente el Lucho tomó impulso y comenzó a saltar... ¡cómo en cámara lenta!
-¡Nos empataron!- nos dijimos interiormente, pero en el último segundo logró capturar la esférica con la punta de los dedos.
Enseguida nos miró como diciéndonos -¿Qué creían, que no la atrapaba?- Todos soltamos un gran suspiro de alivio.
Casi simultáneamente el árbitro dio por terminado el encuentro. ¡¡¡Ganamos!!! Nos abrazamos y luego nos dirigimos muy contentos al borde de la cancha donde habíamos dejado nuestras pertenencias. ¡Obvio que nos habían robado toda la ropa que tan bien habíamos escondido! ¡Nuestros preciados bluyines habían desaparecido!
La rabia producida por el robo fue rápidamente superada por la felicidad. ¡Que importa, total estaban ya bastante usados! Nos vamos así no más.
Y así regresamos a nuestros hogares. Habíamos perdido nuestros pantalones, pero el sabor del triunfo era más intenso y el obtenido ese día se convirtió en nuestra mejor victoria y con los años, en una mítica anécdota contada en nuestras reuniones.

* * *

Juan Carlos García Araya
Rapsodas Fundacionales
Arica, 16 de Febrero 2004

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