miércoles, 17 de diciembre de 2008

CAMINANTE DEL DESIERTO

Pasos, pasos, más pasos
calzados de caliche, sal y sílice
renunciando a fugaz chusca
por soplo ardiente barrida.
Avanzan al tono exhausto
de obrero con pilcha sudorosa,
entrañas de pampa violenta
y rostro acuñado por el sol.
Busca el polo de su hálito
con brújula cerebral,
y el Norte en sus pupilas
caldeadas de amargor.
No hay nubes en su horizonte
que sosieguen la fatiga,
ni brisa para callar su rabia
de proscrito trabajador.

* * *
Juan Carlos García Araya (42)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 7 de Septiembre de 2008

NOCTURNO DESIERTO

La estrella fugaz que cruza las alturas
rasgando el velo de la camanchaca,
envoltorio de tu adusto cuerpo,
es la sola convulsión que avizoro.
Expongo el pecho estoico y ajado
al golpe gélido de tu soplo nocturno
que fustiga las superfluas necesidades
de mis entrañas enmohecidas.
Busco abrigo en tus dunas salobres
persiguiendo el ardor cómplice
que restablezca la alianza vital
entre mi cuerpo y el tuyo.

* * *

Juan Carlos García Araya (35)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 28 de Julio de 2008

DESIERTO I I I

Paseando por el azul eterno,
el abrasador e inquietante sol
cierra lento, fatalmente los ciclos,
cumpliendo su inexorable función.
El horizonte infinito, seco,
insaciable devorador de vidas,
se comprime alrededor del Hombre
cercándolo en su propio existir.
Nada subsiste a esa soledad
ni a la aridez enseñoreada;
la ausencia es sola compañía
de tumbas con flores de metal.
Remotos se divisan los pueblos
incrustados en fértiles balcones,
pétreos, silencioso, y milenarios,
resisten la foránea modernidad.

* * *
Juan Carlos García Araya (27)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 21 Junio de 2008

DESIERTO I I

Nada quiebra la mudez pétrea
de esas olas ocres y grises
surcada de negros derroteros
que forman tu vasto océano.
Por centurias, siempre impávido,
viste pasar al ente humano,
hurgando con mano insensible
violentar tu colosal paisaje.
Entregaste próvido riquezas,
oro blanco, oro, oro rojo,
tal esa ofrenda recogida
de mártires del cañón sicario.
Hoy te quedan sólo cicatrices,
pueblos vaciados de trajines;
osarios con cruces oxidadas
vigilan tu próspero anterior.

* * *

Juan Carlos García Araya (21)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 14 de Abril de 2008

DESIERTO

¿Dónde está la frontera?
¿Si en mi horizonte
sólo hay cielo y tierra?
En la soledad de la Pampa
percibo mi propio eco
y encuentro la calma.
No existe otro mundo,
otro sitio donde ir,
sólo silencio profundo.
Veo columnas transparentes
levantadas por el céfiro,
viajando por pueblos ausentes.
El viento sopla sin parar,
mientras persigo espejismos
que nunca podré alcanzar.

* * *
Juan Carlos García Araya (18)
Rapsodas Fundacionales
Chiu-Chiu/Arica, 11 de Febrero de 2008

domingo, 14 de diciembre de 2008

DE REGRESO

Cansado de merodear por el mundo,
he llegado por fin a mi nortina ciudad;
complacido miro hoy sus calles, sus casas,
algunos escasos recuerdos y mi hogar.

Aspiro profundo su típica esencia;
embriago la mirada en sus rincones
coloreados de cansada nostalgia
y salpicados de tristezas y albores.

Busco amparo en sus cálidas arterias
de instintiva infancia acogedora
que ausente de la mirada materna
absorbía ávido sones y aromas.

Al presente el círculo está cerrado
ya no me ofusca el rayano futuro
y a la sombra de su milenario balcón
atisbo sereno el crepúsculo.

* * *
Juan Carlos García Araya (31)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 10 de Julio de 2008

ESPERO

Cada noche espero que el amanecer
me abra una vereda a caminar,
un postrero combate que perder
y así espantar esta vida falaz.

Cada mañana espero que el atardecer
inflame esta desalentada voluntad
me procure una motivación, un porqué,
pero creo que más nada ocurrirá.

Cada atardecer espero que las sombras
oculten lo que ya no puedo remediar
lo bueno, lo malo, aciertos y dudas,
para no volver la vista atrás.

Cada anochecer vuelvo a mi cubil
laso de tanto camino andar
buscando sin poder descubrir
una primavera que disfrutar.

* * *
Juan Carlos García Araya (30)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 3 de Julio de 2008

ESCENARIO

La vida es farándula
con variados escenarios,
personajes con libretos
de repetida canción.

Los actos se representan
iluminados por el sol,
o por un rayo de luna
reforzando la ilusión.

Cual muñeco animado
nos movemos frenéticos
buscando lo imposible
al ritmo de la ficción.

Actores de opereta
buscando la fanfarria
y los profusos aplausos
por esa actuación.

No existen entreactos,
las funciones continúan
en comedia o tragedia
hasta que cae el telón.

* * *
Juan Carlos García Araya (26)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 15 de Junio de 2008

LO QUE NO FUE

Caminaba mi rumbo imperturbable
convencido que todo estaba determinado
que la pasión se había apagado,
y en una vuelta de la vida… lo impensable.

¿Y cómo pudo ocurrir
que en el otoño de mi vida
lo que imposible creía
pudiera de nuevo sentir?

Resplandor que iluminó mi corazón
cuando tenía la puerta cerrada
esa juvenil desposada
con su luz liberó mi prisión.

Tal sol reflejado en el mar
despertó mi espíritu dormido
pero debería haber comprendido
que nada podía esperar.

¿Qué mágica fórmula aplico para olvidarla?
Si llena cada segundo de mi existencia
mi razón se agita en su presencia
y sólo puedo soñar con abrazarla.

Condenado a la soledad y un día
cultivaré su recuerdo eterno
hasta que llegue esa noche fría
del interminable invierno.

* * *

Juan Carlos García Araya (2)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 9 de Enero de 2007

FOTOS ANTIGUAS

Rostros borrosos que surgen del pasado
de fijas sonrisas y turbias miradas,
congelados en un instante eterno,
nos trasladan al ayer que no volverá.

Rescatamos un momento de las sombras
desde el presente de fugaz futuro,
merced a siluetas de seres queridos,
quietas, frente a decolorados cuadros.

Contemplar retratos con tibia nostalgia
con recuerdos que fluyen apresurados,
estremecen la quebradiza memoria
en lucha constante contra el olvido.

Una lágrima corre por la mejilla,
una sonrisa ilumina la cara,
el tiempo recupera las ausencias
al tornar los pétalos del recuerdo.

* * *
Juan Carlos García Araya (24)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 8 de Junio de 2008

EL AROMA DE MIS RECUERDOS

Al llegar a la esquina del futuro
me asalta el aroma de mis recuerdos,
la fragancia de un rincón olvidado,
el perfume de una mujer amada.

Otras memorias perdieron sus olores
arrastradas por vientos tormentosos,
no están disipadas en el tiempo,
queda el resabio de las cicatrices.

Transitando aún por la senda vital
en cada zancada recojo esencias
a menudo amargas, desabridas:
las de la soledad y el desencanto.

* * *
Juan Carlos García Araya (23)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 23 de Mayo de 2008

OJALA QUE ESTA TARDE LLUEVA

Ojala que esta tarde llueva
para que la multitud se entere
que el llanto empapando mi rostro,
de modo absoluto te concierne.

Ojala que esta noche llueva
y la lluvia se lleve mis pesares,
arrastrándolos por alcantarillas
y dispersándolos por los mares.

Así después del baño catártico
el océano podrá devolverme
aquello que creí extraviado
cuando renunciaste a quererme.

* * *

Juan Carlos García Araya (12)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 23 de Diciembre de 2007

PASEO

Sigo mis pasos
no daré rodeos inútiles,
sé donde me llevan.
Cruzo la calle
esquivando un auto,
diviso una ventana.
Ahí estás tú,
sentada, leyendo, sola,
igual que yo.

* * *
Juan Carlos García Araya (19)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 24 de Marzo de 2008

VIDA

Aspiro profundo,
rescato la vida
y abro los ojos.
Miro el paisaje,
sólo veo sombras angulares
de sonrisas perdidas.

* * *

Juan Carlos García Araya (15)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 24 de Marzo de 2008

REENCUENTRO VIRTUAL

Anoche prendí mi Mac,
y atraído por la novedad
me puse a navegar.
Por la blogósfera transité
al faisbuc me conecté
y allí te encontré,
¡ahora sí que no te dejo escapar !


* * *
Juan Carlos García Araya (41)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 1 de Septiembre de 2008

NOCHE

En noche sin estrellas
y con luna apagada
extraviados caminos
me llevaron hacia ti.

Charlamos y nos besamos
cediendo nuestros cuerpos
cubiertos por la ansiedad
de esta cita irreal.

Me desvelé en tus senos
entre fáciles aromas
sumido en la niebla
de la artificial pasión.

¿Me amaste? ¿Te amé?
¿Sólo fuimos fríos entes,
errantes, despojados
y ansiosos de placer?

Huí del rito fatuo
en amanecer ajado
flanqueado de tristeza
y forzada soledad.

* * *
Juan Carlos García Araya (5)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 18 de Agosto de 2007

DE ROJO Y NEGRO

Fueron tiempos de cambios
de factibles empeños,
horas de compromiso
vividas por un sueño.

Con banderas al viento
tomaron el camino
las juventudes fogosas
forjando su destino.

Consciente propósito
por derribar cimientos
de transformar lo viejo
en joven nacimiento.

Cuando el crepúsculo
y la muerte reinaron
sus prodigadas vidas
en silencio donaron.

Y los que sobreviven
no cargan el estigma
de la sentencia cruel
ni del rol de víctima.

Mocedad golpeada,
de enérgico anhelo,
siempre tendrá corazón
de rojo y negro.

* * *
Juan Carlos García Araya (14)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 23 de Diciembre de 2007

ETERNO AMANECER

Si otro amanecer se iza
en la encrucijada de mis destinos,
seré otra vez el Icaro
dirigiéndose hacia las cumbres doradas,
pero volveré a estrellarme
contra el mar de la fatalidad.

Exiliado en las entrañas de la cárcava
hasta que la luz me golpee,
y como el ave Fénix,
tumbando piedras y carcoma,
revocaré el frío letargo
para arrojarme de nuevo al viento.

* * *
Juan Carlos García Araya (43)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 14 de Septiembre de 2008

CABALGATA CELESTE

Montado sobre un negro nubarrón
cabalgo por ciclos intermitentes,
vadeando quebradas y cerros
recojo flores y cactus.

Enfilo hacia la aurora
para nutrir los unicornios
que algún día pastarán
donde lo reclama la naturaleza.

* * *
Juan Carlos García Araya (38)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 3 de Agosto de 2008

JAURÍA

¡Pongan tranca que llegan los espurios!
Jauría desatada y famélica.
Golpeará mi puerta, no quiero abrirle,
nada tengo que darle.

Corre desaforada por el asfalto,
despotrica y predica credos,
intenta convencernos de su dogma
con juramentos que nunca cumplirá.

No la quiero en mi casa, ni verla jamás
Reniego de su infame existencia
maldita más allá de la muerte
¡Regresa a tu fétida sepultura!


* * *
Juan Carlos García Araya (37)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 29 de Julio de 2008

ELEVACIÓN

Me arrastra una fuerza inevitable
llevándome a sobrevolar emociones
expuestas en muros de un túnel
del que no distingo liberación.
De lo alto las percibo,
arqueología de pasiones,
inhumadas al costado de la senda
en mortaja de lasitud y regaños.
Fardos de apegos, sañas,
abonos al haber y al debe,
más la serenidad floreció
y en la ruta encontré mi lugar.

* * *
Juan Carlos García Araya (33)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 14 de Julio de 2008

GRITO DE OTOÑO

Sí, ya sé, ahora reina el otoño
y mientras planean hojas amarillas
el tiempo cruza fugaz por mis pupilas,
lejano, imperturbable y frágil.

El pasado, el presente, el futuro,
se destilan en mi reloj de arena
gota a gota, metódicos, lógicos,
suspendiendo los terminales deseos.

Me yergo impotente, lerdo, incapaz,
arrojando diez mil palabras al viento,
simples, desordenadas, quizás brutales
para reclamar un lugar en la tierra.

* * *
Juan Carlos García Araya (29)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 30 de Junio de 2008

UN BUEN DIA PARA MORIR



Hoy parece un buen día para morir:
arriba cielo gris, abajo lodazal,
entre tanto me queda encontrar aquel
que pondrá fin a este largo transitar.

Atrás quedaron anhelos incumplidos
el desencanto apoderose de mí,
la flama se apagó a fuego lento,
sólo la inercia me empuja a vivir.

Se acabaron los crepúsculos soñando
en un amanecer esperanzado,
de esas madrugadas tan pretendidas
pasiones y frenesíes han desertado.

* * *
Juan Carlos García Araya (22)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 28 de Abril de 2008

AMANECER

Amanece en la ciudad:
calles de gentíos ausentes,
pero asaltadas de basura.
La severidad del día
desnuda las miserias
refugiadas en la noche.
Entes desamparados
irrumpen de la ilusión
vagando sin rumbo.
Al regreso del ocaso
volverán a refugiarse
en los efluvios nocturnos.

* * *

Juan Carlos García Araya (20)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 6 de Abril de 2008

VIDAS AL CREDITO

Siluetas en fila avanzan
paso a paso hacia las cajas
entregan parte de sus vidas
lograda a costa de migajas.

Día a día se arrastran
tras retórica consumista
de seguras jerarquías
con signo peso en la vista.

Incómodas cuotas mensuales,
tenaz fantasma de fin de mes,
esperan ansiosos solventar
para endeudarse otra vez.

Plástico, metal o papel
todo vale para consumir
aunque dejemos de lado
universos por descubrir.

* * *
Juan Carlos García Araya (17)
Rapsodas Fundacionales
Arica , 24 de Enero de 2008

SABADO EN LA NOCHE

La música resuena brutal,
luces brillantes y alegres,
todos carcajean por fuera
penados de alcohol y fiebre.

Historia usual, ordinaria,
al borde de la fosa común
de quienes pretenden olvidar
profusas mañanas sin luz.

Existencias superficiales
penetrando la oscuridad,
aturdidas de ruidos
y de fútil sexualidad

Vidas en cuenta regresiva
al volante de sus coches
anhelan ser extraordinarias
los sábados por la noche.

* * *
Juan Carlos García Araya (13)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 22 de Diciembre de 2007

EL FIN DE LA GUERRA

Dicen que la paz al fin llegó,
unos festejan, otros lloran,
numerosos vuelven a casa
pero demasiados se quedan.

Nadie gana, todos pierden,
en cada hogar alguien falta
el ausente siempre presente,
es la juventud condenada.

Mutiladas huestes sin nombres
errabundas como espectros,
maldicen a sus líderes
iracundas, decepcionadas.

¿Dónde se encontraban ayer
cuando soplaban las tormentas
en momentos desesperados
de infecundas quijotadas?

* * *
Juan Carlos García Araya (9)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 25 de Noviembre de 2007

EL ONCE A LAS ONCE (Relato)

Arica amaneció como los días anteriores: en estado de emergencia y con patrullas militares en las calles. Por eso no me sorprendió su presencia. Estudiante de la Universidad de Chile, sede Arica, cerca de las ocho de la mañana nos juntamos con unos amigos en la casa de uno de ellos en la Población “Venceremos”. Estuvimos estudiando hasta cerca de las once y no se nos ocurrió prender la radio ni la televisión.
Salí a la calle acompañado del Tevo y al llegar la esquina una camioneta conducida por un trabajador de “Mellafe y Salas” se detuvo y nos informó con voz emocionada del golpe de estado. Quedamos impactados, imaginábamos, aunque no suficientemente, los efectos y consecuencias de una dictadura militar.
Subimos al vehículo que partió rumbo al centro de la ciudad. Ibamos por una calle polvorienta cuando nos hizo parar una angustiada señora. Llorando nos pidió que trasladáramos a su marido al hospital pues había sufrido un ataque cardíaco al escuchar la noticia de la muerte del Presidente Allende. Nuevamente quedamos impresionados ¡El Chicho había muerto! ¡Esto ya no tenía vuelta atrás!
Pusimos al hombre en la cabina y nosotros nos encaramamos en la parte trasera. Partimos rápidamente. Patrullas militares nos detuvieron dos veces, con voz entrecortada explicamos que llevabámos un enfermo a la posta. Continuamos hasta el cruce ferroviario, otro alto, una patrulla de carabineros. Nos hicieron bajar y controlaron nuestras identidades. Volvimos a explicar que conducíamos a un moribundo. El uniformado no sabía qué hacer, quizás estaba tan asustado como nosotros, finalmente dejó proseguir la camioneta con sólo el chofer y el enfermo, el resto nos quedamos hasta que se decidió dejarnos ir. Cada uno partió por su lado.
¿Qué pasó con ese hombre? ¿Sobrevivió, falleció? ¿Cómo se llamaba? Durante treinta años me lo he preguntado y aún no obtengo respuesta.

* * *
Juan Carlos García Araya
Rapsodas Fundacionales
Arica, 11 de Septiembre de 2003

NUESTRA MEJOR VICTORIA (Cuento)

La idea había sido del gringo Fay ¡Siempre andaba con ideas raras dándole vueltas en su rubia cabeza teutónica! Cansado de presentarse a jugar y no poder hacerlo por falta de jugadores del club, Colo-Colo filial Arica, decidió que nosotros, sus mejores amigos, debíamos inscribirnos para así por lo menos armar la pichanga y no devolverse con las ganas. Ya bastante le costaba convencer a su padre para que lo trasladara. Nosotros éramos, Lalo, Sergio y su primo Lucho, Fifi y yo, que ya estaba inscrito. Vivíamos en la Población San Martín, al lado del Estadio Carlos Dittborn y todos éramos alumnos del Colegio San Marcos, salvo el Lucho, que estudiaba en el Liceo.
Al principio dudamos, nos conformábamos con las pichangas en la terrosa cancha desnivelada de la población, sin árbitros y sin reloj. Yo apoyaba al Gringo
- ¡Oigan, vamos a jugar en cancha de pasto! Además estamos al ladito. Saltamos el muro y ya está. No cuesta nada, cabros – argumentaba.
Después de largos tiras y aflojas, terminaron por aceptar. Inmediatamente comenzamos a trazar planes tácticos y designación de puestos. El Gringo, como siempre, sería delantero; era el mejor de nosotros, junto a Sergio y Fifí, el Lalo y yo en la defensa. El Lucho unánimemente fue designado arquero. Uno más que llegara y el Gringo tendría su partido. Había otros jugadores que siempre venían, entre ellos un hermano de Claudio Antezana que había defendido a Colo-Colo a mediados de los ‘60.
Al otro día nos presentamos donde el “entrenador” que trabajaba en la Casa Cova de 21 de Mayo. Sorprendido nos vio llegar en patota y al enterarse de nuestro propósito aceptó encantado. Para él también era frustrante llegar a la cancha y no poder dirigir a sus pupilos. Se encargó de los trámites en la asociación y en pocos días todo estuvo listo.
Así disputamos nuestro primer match juntos. ¿El resultado? Ya lo olvidé; ninguno de nosotros se acuerda, ya que durante un buen tiempo jugábamos sólo por diversión.
Sin embargo, el bichito por vencer nos comenzó a picar. Como los torneos eran por grupos, disputábamos pocos partidos y si no los ganábamos quedábamos eliminados hasta el próximo año. No tenía ninguna gracia. Paulatinamente empezamos a motivarnos y a ilusionarnos con una gran victoria, por lo menos UNA y después… dedicarnos a otras actividades. Estábamos alcanzando la adultez.
Como de costumbre, una asoleada tarde de sábado nos presentamos en la cancha Dos del Estadio. Por una vez éramos once. Nuestro entrenador nos aleccionó, distribuyó los puestos y nos entregó las gastadas camisetas. Con Sergio nos fuimos a desvestir detrás de unos tubos que estaban apilados cerca de la cancha. Como usábamos bluyines, prenda de vestir muy apreciada y cara en esos años, los escondimos para protegerlos de los amigos de lo ajeno. Tranquilos y confiados con nuestra precaución, ingresamos animosos a la cancha.
-¡Ya gringo, tienes que hacerte un par de goles! ¡Lalo, firme atrás! ¡Sergio, tú atento por arriba! ¡Lucho, tírate a todas! ¡José, tú al medio!– Nos animábamos unos a otros. Un triunfo nos dejaba a un paso de la clasificación para la etapa siguiente.
El pitazo del árbitro dio comienzo al cotejo. Los rivales no parecían mejores que nosotros, así que, poco a poco los fuimos arrinconando en su propio terreno. Todos estábamos decididamente volcados al ataque, aunque sin orden. Nuestros delanteros no lograban hacer llegar el balón al fondo de las redes del pórtico contrario. Ellos se defendían con dientes y uñas. Los toperoles de sus zagueros ya habían dejado rojizas huellas en nuestras canillas solamente protegidas con delgadas medias de lana. Esto nos tenía algo saltones así que tratábamos de jugar rápido para evitar los golpes.
En uno de nuestros tantos avances, recibí un pase del Lalo cerca del círculo central. Tomé el balón y avancé directamente hacia el área adversaria mientras buscaba a quién pasárselo. Repentinamente observé que un defensa contrario se me acercaba corriendo. Me fijé en su cara y en sus ojos y creí adivinar en ellos perversas intenciones. Intuí que no iría muy lejos. Tenía que deshacerme pronto del balón, pero no encontraba a ningún compañero bien situado, así que decidí apuntar al arco. Dí unos pasos para aproximarme un poco más al área y, con todas mi fuerzas, saqué un derechazo que clavó la pelota en el ángulo superior izquierdo del pórtico rival deslizándose suavemente por la malla hasta llegar al rincón. ¡¡¡¡¡¡Goooooo!!!!!! ¡Gol! No podía creerlo. ¡Había anotado un gol! Mis amigos y compañeros de equipo, tan sorprendidos como yo, me felicitaron calurosamente. Era mi primer gol oficial y, a la postre, el único.
Enfervorizados con la ventaja, ya creíamos en el triunfo final, pero aún teníamos que aguantar lo que restaba del primer tiempo y todo el segundo. ¿Seríamos capaces de resistir?
Al término del primer lapso, nos fuimos a descansar bajo los árboles. Intercambiamos algunas frases motivadoras y nos dispusimos a afrontar la parte final.
El segundo tiempo fue más reñido aún. Nuestro DT, entusiasmado con el gol, me situó de centrodelantero, pero esta vez los contrarios se nos fueron encima y nosotros tuvimos que defendernos como leones. De vez en cuando enhebrábamos un contraataque. Durante uno de ellos un fuerte tiro de Fifí se estrelló en un vertical, el rebote dio de lleno en la cara del arquero que quedó algo atontado y cuando el balón estaba a punto de cruzar la línea, fue despejado por un defensa. Tanto correr ya nos tenía agotados y a cada rato preguntábamos cuanto quedaba para el término.
A pocos segundos del final el árbitro cobró un lanzamiento libre en contra de nosotros muy cerca de la zona de castigo. El tiro era peligroso. Era la última oportunidad que tenían para empatarnos. Formamos la barrera mientras la tensión y la ansiedad nos ganaba ¡Cómo íbamos a perder en el último minuto! ¡Teníamos que aguantar! Alentamos al Lucho, nuestro arquero y aquí ocurrió un suceso que todos recordamos de la misma manera. El jugador contrario chuteó la pelota, y ésta, por efecto del viento, mera impresión óptica o simplemente la angustia del momento, efectuó una lenta trayectoria hacia el arco. Todo volvimos la vista hacia el Lucho, pero éste observaba sin reaccionar. El tiempo parecía detenido y los instantes transcurrieron muy lentamente, y nuestro guardameta seguía sin moverse ... un extraño silencio reinaba...¡Nos iban a empatar! Finalmente el Lucho tomó impulso y comenzó a saltar... ¡cómo en cámara lenta!
-¡Nos empataron!- nos dijimos interiormente, pero en el último segundo logró capturar la esférica con la punta de los dedos.
Enseguida nos miró como diciéndonos -¿Qué creían, que no la atrapaba?- Todos soltamos un gran suspiro de alivio.
Casi simultáneamente el árbitro dio por terminado el encuentro. ¡¡¡Ganamos!!! Nos abrazamos y luego nos dirigimos muy contentos al borde de la cancha donde habíamos dejado nuestras pertenencias. ¡Obvio que nos habían robado toda la ropa que tan bien habíamos escondido! ¡Nuestros preciados bluyines habían desaparecido!
La rabia producida por el robo fue rápidamente superada por la felicidad. ¡Que importa, total estaban ya bastante usados! Nos vamos así no más.
Y así regresamos a nuestros hogares. Habíamos perdido nuestros pantalones, pero el sabor del triunfo era más intenso y el obtenido ese día se convirtió en nuestra mejor victoria y con los años, en una mítica anécdota contada en nuestras reuniones.

* * *

Juan Carlos García Araya
Rapsodas Fundacionales
Arica, 16 de Febrero 2004

TARDE DE CINE (Cuento)

Llevaba varios días con un fuerte resfriado que me tenía postrado en cama. Mis amigos, Lalo y Sergio, habían pasado a visitarme en la mañana anunciándome entusiasmados la noticia, después de semanas de larga espera por fin se estrenaba en Arica la primera película de los Beatles, “A HARD DAY’S NIGHT”. Fanático del grupo inglés, a pesar de mi cabello ondulado y una incipiente calvicie, eran grandes las ganas de verlos por primera vez en la pantalla. Pero no me sentía suficientemente repuesto para abandonar el lecho de enfermo. Estábamos en invierno y aunque en Arica era bastante soportable, en las tardes soplaba una brisa fría que podría agravar mi condición.
Sin embargo, a medida que pasaban las horas las ansias de asistir a esa función de estreno fueron aumentando y no me conformaba con esperar varios días para ver la película. Además deseaba hacerlo junto a mis compañeros. De manera que, contra toda prudencia decidí levantarme. Mi padre estaba en su trabajo y no tenía con qué comprar la entrada. Revisé el cajón de su velador, sabía que a veces guardaba ahí los vueltos, donde encontré un par de billetes pero no era suficiente. De todas maneras iría y en una vez en el teatro conseguiría lo que me faltaba.
Luego de una rápida visita al baño, me vestí, me puse un chaquetón y salí. Ya en la calle comencé a experimentar los primeros indicios de mi imprudencia, las piernas me tiritaban y me dolía la cabeza, pero persistí en mi empeño. Una vez sentado en la butaca olvidaría todo esos malestares.
Sudoroso y con un poco de fiebre avanzaba calle abajo por 21 de mayo. Al llegar a Baquedano doblé a la izquierda y emprendí jadeante la ligera ascensión.
El “hall” del Teatro Nacional estaba colmado de bulliciosos jóvenes haciendo fila frente a la boletería. Inmediatamente comencé a pedir dinero prestado a los conocidos. Aunque andaban tan escuálidos como yo, conseguí algunas monedas y finalmente logré recaudar lo necesario para adquirir mi entrada. Las puertas ya estaban abiertas y la juvenil muchedumbre se agolpaba para ingresar y ocupar la mejor ubicación.
Sergio y Lalo estaban allí y me esperaban impacientes mientras yo avanzaba hacia la ventanilla. Sentía frío y me seguía doliendo la cabeza. Al llegar mi turno, era uno de los últi-mos, dejé caer dos sudados billetes y un montón de monedas frente a la cajera. Con tem-blorosas manos recibí el precioso rectángulo de papel azul. Enarbolando el trofeo entre mis dedos y deslizándome entre la multitud, me dirigí sonriente hacia donde estaban mis ami-gos. Me imaginaba ya disfrutando, cómodamente sentado de las canciones de mis ídolos.
Súbitamente sopló un fuerte viento despeinando cabelleras y arremolinando minifaldas. Una violenta ráfaga me arrancó el boleto de la mano. Me quedé paralizado. Intenté recuperarlo manoteando desesperado pero no pude y sólo me quedó presenciar como ese pedazo de papel tan importante para mí, se elevaba balanceándose lentamente, perdiéndose inexorablemente por los techos repletos de cachureos de las casas ariqueñas. Bajé los brazos desconsolado, toda esperanza abandonada. El esfuerzo había sido inútil. En mi adolorida cabeza se hizo un zumbante silencio. Entre el gentío busqué a mis camaradas que me miraban con estupor. Hice un ademán de impotencia y resignación y cuando ya me disponía a volver a mi casa, vi con sorpresa que ambos levantaban la mano en que sostenían sus respectivos boletos, abrían los dedos y los soltaban dejando que el viento se los llevara.

* * *
Juan Carlos García Araya
Arica, 14 de Noviembre de 2007

EL VETERANO DEL '79 (Cuento)

Manuel González ya está vestido. Se pone el gastado capote y guarda algunas pertenencias en un morral: un corvo, una bolsa de tabaco, su pipa, fósforos, un trozo de "charqui" y otro de queso de cabra envuelto en una servilleta. También una caramayola con ron, su más preciada posesión. Luego extrae por debajo del colchón otro paquete que pone en un bolsillo del capote. Se cala su quepis desteñido por el sudor y el implacable sol de la pampa, termina de alisar su camastro y sigilosamente camina hacia la salida.
Al salir percibe al guardia que dormita apaciblemente en su sillón. Silenciosamente se dirige hacia la puerta. Cuando está a punto de abrirla, el vigilante levanta la cabeza pero, reconociendo al anciano, se vuelve a dormir.
Manuel abandona el hospicio donde encontró refugio para sus últimos días. Algunos rayos de sol traspasan la espesa camanchaca que cubre la oficina de San Francisco. Camina con dificultad por una herida de guerra, pero lo hace con firmeza. De vez en cuando, cruza siluetas que se dirigen apresuradas a sus faenas.
Traspasa los límites de la oficina con el desierto calichero y ya en plena pampa se aproxima a un roquerio donde busca un poco de sombra. Allí comienza a desprenderse de sus cosas, cuando de pronto escucha que alguien le habla.
- Hola, Manolo, ¿cómo te va? – dice una voz.
- ¿Siempre listo al pie del cañón? – pregunta otra.
Manuel escuchó, pero no levanta la cabeza. Tampoco se sorprende al no ver a nadie cerca de él. Sabe que son sus compañeros del batallón "Atacama", caídos allí durante la Batalla de Dolores, una de las primeras libradas en este desierto durante la Guerra del Pacífico.
Había tomado la costumbre de encontrarse con ellos, con sus voces. Lo mencionó alguna vez, pero por supuesto nadie le creyó y empezaron a burlarse. En el poblado lo consideraban como un "veterano un poco rayaíto" que, cuando se paseaba por las calles era perseguido por niños que le gritaban y le hacían bromas.
- ¿Cómo están muchachos?- responde Manuel al mismo tiempo que termina de vaciar su morral. Se sienta al pie de la gran roca y comienza a preparar su pipa.
-¿Vas a ir a la ceremonia mañana en la mañana? Hemos escuchado que van a condecorarte ¿Es cierto eso?
- Sí .., al parecer me van a regalar una linda y brillante medalla, porque todavía estoy vivo ... Aunque hay tantos que la merecen más que yo, pero que ya no están ... Como ustedes, por ejemplo.
-Córtala, puh, viejo ¿querís? Y ya que te la van a dar de todas maneras recíbela como si fuera para nosotros también.
- Claro - intervino otro - y tú también peleaste firme ... ¡Y les dimos una buen paliza! ¿No?
- Es verdad, pero ustedes se fueron, chiquillos. Y yo me quedé ... Hubiera deseado tanto que permaneciéramos juntos.
- ¿Eh? Pero ¿por qué? Además, era lógico que no nos fuéramos juntos, ni que a todos nos matara el enemigo -
Silencio.
-¿Querías morir, verdad? ¿Cómo? ¿Despedazado por las balas? ¿Atravesado por una bayoneta? ¿De sed o de espalda a un muro...?
Un silencio pesado de recuerdos se instala. Sólo se escucha el sonido del viento que sopla sobre el caliche vivo bajo los rayos del sol.
Manuel aprieta la pipa entre los dientes y su mirada se fija en la lejanía. Lágrimas se deslizan lentamente por los surcos que el tiempo trazó en su cara.
- Ya puh, córtenla, cabros. Mañana es fiesta y ustedes con sus cosas ponen triste a mi compadrito Mañungo - acota una voz.
-¿Y saben por qué?- interrumpe Manuel - Porque me quedé solo, sin familia ni amigos. Todos partieron ¡Salvo yo! Perdónenme chiquillos... Me pasé estos últimos años yendo de un lado para otro para terminar en este asilo para viejos. ¡Solo!
- Bueno, de acuerdo, pero la vida es linda y mientras hay vida hay esperanza que las cosas mejoren ¿verdad muchachos? En cambio para nosotros se acabó y para toda la eternidad.
- Ves, Manolito, nosotros bajamos el cerro para llegar hasta aquí. Tú te salvaste, herido, pero vivo. En fin, cambiemos de tema. Festejemos a nuestro camarada.
- Vamos, salud, viejo.
- ¡Salud! - repiten en coro.
- Gracias, compadres. ¡A la de ustedes! - Manuel bebe un trago de ron de su cantimplora.
- Bueno, viejito, ahora nos vamos. Mañana nos contarás como estuvo la ceremonia. ¡Chao mi sargento!
Manuel hace un gesto de la mano en signo de adiós y se queda pensativo mirando el desértico panorama.
El día pasa y Manuel fumó varias pipas contemplando con nostalgia su entorno. Sentado en el mismo lugar, sólo ha cambiado de postura para darle un respiro a su viejo esqueleto.
Obscurece cuando se decide dejar el lugar y después de guardar sus trastos, emprende el camino de regreso.

San Francisco amanece embanderado ese día para la ceremonia de conmemoración de la batalla. Se han instalado fondas con tabladillos de baile, comerciantes con sus estanterías y mesones repletos de mercaderías. Hay mucha gente, entre ellos se encuentra Manuel. Una compañía del Ejército arribada por tren desde Pisagua está formada frente a la plaza. Al momento de los discursos y al recuerdo de los nombres de aquellos caídos en "el campo del honor", Manuel evoca a sus camaradas
-¡Si yo hubiera imaginado que iba a ser así esa guerra! – masculló.
Lágrimas vierten nuevamente sus ojos cansados de tanto horror y barbaridad. Luego de los interminables discursos, oye pronunciar su nombre - ¡Sargento Manuel González! - El llamado lo saca de su ensimismamiento, alguien lo empuja suavemente y ve acercarse una autoridad con una medalla que le prende en su gastada guerrera expresando palabras cuyo sentido se le escapa. Sobresalta cuando la concurrencia aplaude. Le estrechan la mano, le palmotean la espalda, lo abrazan, lo felicitan personas que no logra reconocer.
Parte de la muchedumbre se dirige enseguida hacia el teatro donde se ofrece un vino de honor, el resto se dispersa en las ramadas. El bullicio es intenso y carcajadas estallan en el local. Voces retumban. Manuel, que siguió el cortejo como un autómata, se encuentra en un rincón abrumado por el estruendo.
- ¿Que haces ahí, Manolo? - escucha decir. Mira a su alrededor, pero comprende al instante que son sus camaradas que le hablan otra vez.
- ¡Eh, sargento, somos nosotros! Bonita ceremonia ¿verdad?
- Estamos contentos por ti, viejo- repuso otra voz - Pero, lástima que ya te hayan olvidado, después de todo eres tú el personaje principal, al menos, hoy día. Deberías encontrarte entre verdaderos amigos, como en las campañas.
Manuel continúa silencioso. Con pausados pasos deja el salón. Sus camaradas continúan hablándole.
Manuel prosigue su caminata en un obstinado mutismo. Sus piernas lo llevaron al cementerio. Abatido y cansado se sienta sobre la tumba de un hermano de armas.
Manos curtidas cubren su rostro. No quiere que lo vean sollozar. Permanece así un largo rato. Nadie dice nada. Súbitamente levanta la cabeza. Con gestos precisos extrae de su chaqueta un bulto, lo abre. Mira unos instantes el pedazo de metal azulado que sostiene en su mano.
Con un rápido ademán, apoya el cañón contra su pecho y gatilla. El arma escapa de sus dedos y Manuel cae de espalda sobre el sepulcro.
- Sargento, bienvenido sea! ¡Al fin reunidos otra vez!
- Manolito, faltaba usted no más! Ahora celebraremos como se debe su medalla.
- Gracias, compadritos, gracias.


* * *

Juan Carlos García Araya
Arica (Chile) 1971
Orlèans (Francia) 29 de Septiembre de 1988

TÚ QUE NO ESTÁS

A Jorge Machuca M., “Tevito”

Caminamos juntos una vez
por embanderadas avenidas,
clamando nuestra esperanza
de una alborada distinta.

Mas, de esquinas escondidas
surgieron brillos afilados
extirpando brutalmente
la raíz de la utopía.

Quimeras congeladas
por títeres de grisnegro
que exaltaron el martirio
y abolieron la ilusión.

Entre el fuego y el humo,
te empujaron maniatado
a cerrado sitio ilegal
y cruel vuelo nocturno.

Hoy recorro nuevamente
esas calles de antaño,
donde ya no ondean blasones
ni se escuchan cantos.

Pero tú sigues en mi mente
y aquí, siempre a mi lado,
como en días de euforia,
libre de tu nicho yermo.

* * *
Juan Carlos García Araya (7)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 1 de Octubre de 2007

SUEÑO

Corro por calles anónimas
tras mis quimeras de ayer
que hoy están perdidas
en un océano de hiel.

Me veo avanzar lento
perdido en mi propia ciudad
todo parece un tormento
del que no logro escapar.

Quiero encontrar respuestas
a las preguntas de siempre
pero cada vez me despierta
otro once de septiembre.

* * *
Juan Carlos García Araya (10)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 8 de Diciembre de 2007

SIN RUMBO

Sin moverme camino
Por calles inexistentes
Tropiezo con mucha gente
Sumergida en su destino

¿A dónde voy tan de prisa?
¿Qué viento infla mis velas?
Si sopla ligera la brisa
Sobre esta vieja carabela

Miro el espejo del pasado
buscando explicación
A todo lo experimentado
En esta confrontación

Pero ya perdí el rumbo
¿A dónde me llevará el viento?
¿Seguiré dando tumbos
Hasta el fin del pensamiento?

* * *

Juan Carlos García Araya (4)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 13 de Marzo de 2007

EL VIAJE (Cuento)

Nunca creyó resistir tanto. La idea que se había hecho de la tortura fue sobrepasaba por lo que sentía. Y era sólo el inicio. Le quedaba entonces, todo el tiempo de un viaje para sufrir la experiencia. Cierto, creía haberse preparado para enfrentar tal situación leyendo numerosos testimonios sobre la tortura, pero en el fondo pensaba que, visto el período revolucionario que se vivía, probablemente no llegaría a experimentarla. Su muerte, vista como la sublimación de su compromiso, debería acaecer necesariamente, en una barricada, en un enfrentamiento.

Los golpes con la hoja de un "corvo" que le propinaban los dos uniformados, lo hicieron volver a la dura realidad.
- Estos dos milicos deben tener apenas veinte años y me están sacando la cresta - se dijo entre gritos y dolores.

Años antes, cuando se inició en política, lo hizo meditando mucho y con temor, no solamente a la muerte sino también de no ser capaz de afrontar lo que implicaba un compromiso a fondo, real, sin guardarse ninguna carta bajo la manga. Todo esto lo hizo reflexionar y concluyó que la muerte caminará siempre a su lado y solo temía ser torturado, por el dolor y el riesgo de "hablar".
Desde el instante mismo de su detención esperó el momento de enfrentarse a los torturadores y recibir una paliza. Tardó, pero llegó. Y el viaje comenzó. Los golpes le cayeron desde la primera etapa, le parecía que sus verdugos querían ponerse al día descargando su odio contra el anónimo militante que tenían en su poder. ¡Lo culpaban de todo y querían castigarlo por lo que ellos se habían imaginado que él les podría haber hecho!
-¡Así que querías matarnos, concha’e tu madre! – repetían incesantemente.
Al cambio de etapa, otros uniformados al ver que no estaba muy maltratado y aun de pie, continuaron la golpiza.
- ¡No gritís, mierda! - aullaban, pero él sabía que sólo gritando podía liberarse del terrible dolor que sentía y sobretodo, afirmar su voluntad de vivir. En esos instantes de sufrimiento sólo lo guía el instinto. Un instinto fortalecido por sus convicciones para sobrevivir... ¡sobrevivir!...
En un alto del trayecto creyó que llegaba el fin. Arrodillado sobre el caliche caliente del desierto atacameño se sorprendió al descubrir que ya no sentía miedo aunque una pesada pistola se apoyaba en su cabeza. Frente a la certeza de su último minuto, lamentó no haber trabajado con más vigor y más eficazmente.
La llama del balazo le quemó un mechón de su cabellera ondulada impregnada en sudor y sangre, seguido de una carcajada de borracho que lo estremeció de ira.
A esas alturas le iba quedando una sola idea:
-¡Cuándo va terminar todo esto!
-Ciertamente tendrá que terminar -se dice- pero, ¿cuándo y cómo?
Ahora en algún desconocido lugar, se encuentra desnudo y adosado contra un muro de concreto, áspero y frío. Atado por las muñecas, siente que sus manos comienzan a hormiguearles dolorosamente. Solo atina a repetirse las mismas preguntas y a soportar lo más posible. Un verdugo le provoca con un corvo algunas heridas en las palmas para así, según él, evitar la hinchazón.
-Listo, cabrito, así vaí estar mejor.
Gritos a lo lejos, le confirman que no es el único en el helado recinto. A través de la venda, un pedazo de frazada sucia, cree distinguir otros bultos, que, de vez en cuando, se quejan.
El interrogatorio de otro detenido lo asombra. No por el hecho de que un compañero fuera torturado, eso ya forma parte de su nuevo universo, sino por la información que un militante podía conocer lo que, con seguridad va a poner en peligro la vida de sus camaradas. Hablar bajo la tortura no es una falta, saber más de lo necesario, sí lo es.
El sufrimiento colectivo continúa sin descanso. Doctores "es tortura", graduados en Vietnam, Brasil y Bolivia, como ellos mismos lo afirman, ponen en práctica sus conocimientos con eficiencia y sin escrúpulos. Brutales y excitados por el alcohol, asestan golpes sin descanso. Sólo un momento de respiro para los prisioneros, un par de horas en la noche, entasados y desnudos expuestos a la camanchaca y al frío de la pampa nortina.
En tales circunstancias, llegar a la cárcel significó para él la posibilidad de término del calvario. Después se enteraría que no fue así para todos. Si bien es cierto que, físicamente, para la gran mayoría concluía, el sufrimiento empezaba un viaje mental, más largo y quizás más difícil de soportar.
El tiempo de humillaciones reafirmaron sus convicciones que había creído disipadas en la tormenta de los primeros meses. Sintió en lo más profundo de sí mismo que el sentimiento de derrota iba desapareciendo a medida que aumentaba la presión sicóloga y física del encierro obligatorio.
Más tarde, en la tranquilidad aparente del exilio, aquellos fueron temas de largas noches de discusión con sus camaradas. Conversaciones que, poco a poco, se desfiguraron por la distancia, el tiempo y el sectarismo.
Los primeros años de destierro le parecieron una prolongación de lo vivido en su país: actividad militante cotidiana con la vista y el pensamiento fijo en el "interior", sin darse cuenta que esa visión se iba transformando y deformando, quedando sólo imágenes que gradualmente se alejaban de la realidad.
Llegó un momento en que su trabajo de solidaridad disminuyó de intensidad, pero fue ganando en madurez. El tiempo para reflexionar y la distancia necesaria que no tuvo en su patria, hoy día la tenía en el exilio. Algunas verdades del inicio de su compromiso se veían reafirmadas, sólo que ahora pesaban más. La muerte estaría más presente que nunca y la tortura era algo que ya creía conocer y que seguiría temiendo. Pero ya no eran obsesiones que le impidieran actuar y aprendió a encararlas de manera más serena lo que finalmente le ayudaría en su decisión.

El Boeing 747 de Air France dejó atrás la cordillera y comenzó la maniobra de aterrizaje describiendo un gran círculo para enfrentar la pista. Sintió una sensación indescriptible, una contracción que comienza en el estómago y que se propaga a todo el cuerpo. Lo asaltó un instante de pánico que afortunadamente pudo dominar. Respiró profundo. Por la ventanilla distinguió los primeros edificios que rodean el aeropuerto. Rápidamente pasó revista a todo lo vivido y aprendido en los últimos años.
El tren de aterrizaje tocó la pista sin un sobresalto y el avión terminó por inmovilizarse en la loza de estacionamiento. Con firme determinación tomó su bolso de mano y se dirigió resueltamente hacia la salida.

* * *
Juan Carlos García Araya
Orléans, Francia /Santiago, Chile
Enero 1983

TARDES DE ARICA

Tardes de Arica
de calles adormecidas
por soles materiales
y sombras paralelas.

Tardes de Arica
de olas encabritadas,
vientos marinos
y arenas salobres.

Tardes de Arica
de niñez viajada
en periplos soñadores
por rincones milenarios.

Tardes de Arica
perdidas en el tiempo
de faustos pretéritos
y noches embriagadas.

* * *
Juan Carlos García Araya (6)
Rapsodas Fundacionales
Arica, 10 de Septiembre de 2007

CIRCULO EXISTENCIAL (Cuento)

Así como a veces se extravía el rumbo, en ocasiones se pierde la esperanza. Sin embargo, es posible revivir, volver a sentir la fuerza de la pasión. Puedo dar fé de ello.
Desde le primer momento que ella apareció en mi vida, experimenté sensaciones y emociones que creía ya olvidadas. Era escandalosamente joven y se desenvolvía con una naturalidad y desenfado que sólo contribuía a aumentar su ya innato atractivo.
Por esos años yo creía haberlo obtenido y vivido todo. Más, la vida se encargó de mostrarme cuán equivocado estaba.
Fue una tarde de abril y caminaba sin otra intención que darle libre curso a mis pensamientos al ritmo que imponían mis morosas zancadas. Estas finalmente me llevaron hasta un pequeño parque ubicado a pocas cuadras del lugar donde vivo. Luego de recorrerlo en su breve extensión, desemboqué en una pequeña pileta, que en sus mejores tiempos habrá lucido algunas diminutos surtidores de agua. Junto a la hoy mustia fuente – y en un austero escaño- estaba sentada ella. Examiné el lugar y me percaté que si quería darle un breve descanso a mis fatigadas extremidades, ese era el único sitio disponible. Un tanto compungido, temiendo dar la falsa impresión de ser un tipo desfachatado, tomé asiento lleno de aprehensiones. Ella, tras darme una mirada de soslayo, continuó con la lectura del texto que mantenía en su regazo. Habiendo reparado en la índole poética de su contenido, me encontré – para mi propia sorpresa – inquiriendo sobre sus gustos en materia literaria. Ampliando mi capacidad de asombro – y contrariamente a lo que podría suponer – ella me contestó sin asomo alguno de rechazo. En ese momento recuperé lo que creía ya perdido. Recobré la esperanza.
Empero, pasadas las noches de solsticios, el embrujo de amor primero, caí en los antiguos vicios. Cometí los mismos errores y sin tener la entereza ni la capacidad de enmendarlos, volví – también una tarde abril – a reiniciar el rancio círculo.

* * *
Juan Carlos García Araya
Rapsodas Fundacionales
Arica, 13 de Agosto de 2007