viernes, 9 de enero de 2009

LOS COMANDOS (Cuento)

Al trote y bajo las órdenes de oficiales y clases, nuestra compañía, Cazadores de Montaña, cruzó rauda la puerta del cuartel Nº 2 del Regimiento Rancagua. En la garita de la guardia, los dos centinelas sonrieron socarronamente al ver la columna de novatos en instrucción. Ellos ya habían pasado por lo mismo, eran los “antiguos”. Nosotros cumplíamos apenas dos semanas en el servicio militar y por primera vez salíamos de la caserna.
Vestíamos pantalones cortos de color blanco y calzábamos delgadas zapatillas de gimnasia. Nada más bajo el fuerte sol del verano ariqueño.
Ya en la calle y en perfecta formación, giramos hacia el norte por la costanera recién asfaltada.
- ¡¡Yo no sé para donde voy, sólo sé que trotando estoy!! – entonábamos en coro. Algunos vehículos que circulaban disminuyeron la velocidad para observar a esos conscriptos que desafiaban el calor de las primeras horas de una tarde de Febrero.
De nuestro lado, la única preocupación era aguantar y volver lo más rápidamente posible, tomar una refrescante ducha para luego tirarnos a descansar, y a lo mejor hasta podían dejarnos salir “franco”.
Dejamos atrás la Playa Chinchorro y a trote vivo bajamos la ladera. La pista se puso más difícil y la columna se desparramó. Algunos empezamos a quedar atrás. El agotamiento y el polvo comenzaron a hacer estragos en las filas. De repente nos encontramos avanzando sobre la línea del ferrocarril de Arica a Tacna. Intentamos tomar el ritmo para no tropezar con los “durmientes”, pero su distribución hacia imposible sostener cualquier cadencia sin aumentar el cansancio. Las dificultades continuaron, las zapatillas empezaron a llenarse de tierra y de pequeños guijarros haciendo doler los pies. Con el pretexto de sacarlos varios se detuvieron a descansar, pero los vozarrones de sargentos y cabos los hicieron rápidamente entrar en la fila. Había que continuar cueste lo que cueste.
- Así es la vida del soldado - nos decían– y tienen que acostumbrarse al sufrimiento. ¡Den gracias que no llevan fusil ni mochila, ya verán más adelante! – amenazaban riéndose.
El compacto grupo de la compañía se había transformado en una larga fila de cansados reclutas que luchaban para mantener el compás y la distancia. Para ello podíamos contar con las órdenes y gritos de los superiores.
Continuamos nuestra carrera, ahora por la tierra, hacia el sector de Las Machas. Dejamos atrás el Hipódromo y arribamos a la playa con los pulmones ardiendo. Agotados nos tiramos a descansar y después de un rato, se nos autorizó a darnos un baño de mar.
Paulatinamente el cansancio y las penurias quedaron atrás. La brisa y el mar nos aliviaron. Ahora nos divertíamos con las olas… pero el respiro fue de corta duración. Formamos filas y nos lanzamos otra vez a trotar.
- ¡¡Yo no sé para donde voy, sólo sé que corriendo estoy!! - entonamos nuevamente rumbo al regimiento.
Tal como al inicio, rápidamente la fatiga se apoderó de nuestras piernas y las bocas buscaban con ansias un nuevo aliento que nos permitiera llegar sin tropiezos.
El camino de regreso que tomamos pasaba por la orilla del mar, era un poco más corto pero la arena hacía más difícil la carrera.
Con la sola idea de llegar pronto, comenzamos a cruzar la Playa Chinchorro colmada de bañistas. La gente nos miraba. Nosotros, siempre con la idea fija del retorno.
De repente a lo lejos ví con preocupación, un grupo de niños que se acercaban corriendo.
- Estos cabros nos van hacer alguna broma o van a burlarse de nosotros – pensé dispuesto a soportarlas dignamente.
- ¡¡Miren los comandos!! – exclamó entonces uno de los chiquillos. De golpe desapareció todo el cansancio y sufrimiento que hasta ese momento sentíamos. Esa admirativa frase fue un impulso, un potente aliciente para nuestro alicaído ánimo. Enderezamos espaldas, respiramos profundo y coreamos a todo pulmón con renovados bríos.
- ¡¡Yo no sé para donde voy, sólo sé que corriendo estoy!!

* * *

Juan Carlos Garcia Araya
Arica, 27 de Febrero de 2004

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